viernes, 21 de septiembre de 2007

Estaba en el pasaje Olaya en el centro de Lima, a pocos metros de la Plaza de Armas. Los policías la habían cercado, y a palos y bombas lacrimógenas evitaban que miles de estudiantes y gente indiganda y cansada de la dictadura fujimorista lleguemos a la casa de gobierno donde el cobarde japonés se escondía. En ese pasaje un policía estaba por golpear a una estudiante que se había trepado a una reja para burlar la represión. Esa imagen me hizo pensar en lo que la sociedad se había convertido gracias a ese hijo de puta de Alberto Fujimori. Estas dos personas en una situación tan jodida. Podrían ser vecinos, podrían ser parientes lejanos, gustarle el mismo plato, la misma película, pero ahora ese señor estaba con su garrote a punto de abrirle la cabeza a esa estudiante. Intervine, le grité al policía "¿Te gustaría que le hagan eso a tu hija? imagina a tu esposa con la cabeza rota. Déjala". El policía la dejó ir y vi en sus ojos una profunda verguenza. Esta es una historia mínima